La supervisión de Sansón
José Manuel García-Margallo y Marfil
Vice-Presidente de la Comisión Económica y Monetaria
"Asió luego Sansón las dos columnas sobre las que descansaba el templo y echo todo su peso sobre ellas. Y dijo Sansón: ¡Muera yo con los Filisteos!" (Jueces 16: 29-30). Las llamadas instituciones sistémicas son como el templo de Sansón: si caen pueden destrozar el sistema financiero entero y causar enormes daños a la economía real. Por eso, hasta los más recalcitrantes adoradores del mercado aceptaron utilizar el dinero de los contribuyentes para rescatar unos bancos que habían campado por sus respetos en los años de las vacas gordas.
Es precisamente la forma de tratar a estas instituciones sistemáticas lo que más separa al Parlamento y al Consejo, los dos colegisladores europeos, a la hora de intentar cerrar el paquete sobre supervisión financiera. Este divorcio no es nuevo porque hace diez años, cuando se discutió la construcción de un mercado interior de servicios financieros, la Eurocámara advirtió que unos supervisores cuya jurisdicción se paraba en sus fronteras nacionales no podrían controlar adecuadamente a unas entidades privadas que pasarían por encima de ellas con la misma desenvoltura con que la bruja cabalgaba en su escoba por encima de los tejados en nuestros cuentos infantiles. Los ministros europeos de Finanzas no nos hicieron caso y la cosa ha acabado como todos sabemos.
En estos momentos hasta los británicos son conscientes de que los "actuales mecanismos suponen riesgos inaceptables para los depositantes y para los contribuyentes. La combinación de un pasaporte europeo para las sucursales, de la supervisión por el país de residencia y de unas garantías puramente nacionales para los depósitos no constituyen una base sólida para el futuro de la regulación y la supervisión de los bancos europeos que operan en distintos países" (Turner Review). Sólo hay dos opciones para superar esta situación: o se da a los supervisores nacionales la facultad de obligar a los bancos que operen en su territorio a operar a través de filiales y no de sucursales y la de decidir en materia de solvencia y liquidez o bien se avanza hacia una mayor integración europea en materia de supervisión.
El Consejo Europeo sigue anclado en las viejas recetas nacionales. El Parlamento ha escogido la solución contraria: confiar a la nueva Autoridad Bancaria Europea la supervisión de las instituciones sistémicas; encargándole que elabore un "código europeo común" que garantice que los bancos transfronterizos estén sujetos a las mismas reglas y prácticas de supervisión cualquiera que sea el país en el que trabajen. La nueva Autoridad sería responsable también de gestionar las crisis desde su nacimiento hasta su resolución. Un Fondo de Protección Europea prefinanciado por los bancos sería el encargado de garantizar los depósitos y acudir al rescate de las instituciones sistemáticas tirando de los recursos acumulados o acudiendo a los mercados. Sólo después de agotadas estas fórmulas, sería necesario recurrir al socorro público. Eso sí, con unas reglas que fijen la distribución de cargas de antemano y no cuando el barco amenace naufragio.
Los ministros europeos de Finanzas van a hablar en Madrid de estos temas y yo espero que se aproximen a nuestra postura, como ha hecho la Comisión Europea en su "Estrategia 2020", al anunciar que buscará contribuciones adecuadas del sector financiero para resolver las futuras crisis y como ha hecho el último Consejo Europeo al reconocer por primera vez la existencia de instituciones sistémicas que requieren un tratamiento singular.
lunes, 3 de mayo de 2010
Artículo publicado en El Economista
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